Oppenheimer narra desde el comienzo de su carrera hasta el cénit, la vida profesional de Robert Oppenheimer, conocido como el padre de la bomba atómica y director del proyecto Manhattan que la dio a luz. A medida que avanza la historia, no es fácil desenvolverse , dado que es tan intrincada como la propia mente de Christopher Nolan, que esta vez ha elegido la física teórica como campo de documentación, y la historia de la bomba atómica y su creador como relato. 

Veámoslo a grandes rasgos, tratando de no desvelar el argumento:

Nos encontramos al final de la segunda guerra mundial y Hitler ha reclutado al brillante físico Heisenberg (discípulo de Niels Bohr) para liderar el Proyecto Uranio, encaminado a construir un arma definitiva. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico,  el físico teórico Oppenheimer investiga en la universidad de Berkeley colaborando con Ernest O. Lawrence en su grupo de trabajo en torno al laboratorio de radiación. Ya ha escrito importantes trabajos sobre la mecánica cuántica y los agujeros negros, después de la revolución de Einstein al postular la teoría de la relatividad.  Oppenheimer se relaciona con grupos de izquierda, que de hecho le hacen conocer a las que serán las dos mujeres de su vida, la militante comunista Jean Tatlock y su futura esposa, Katherine Visering. Mientras tanto, el Gobierno quiere montar un equipo que sea la alternativa norteamericana al proyecto para construir la bomba atómica de los nazis. El general Leslie Groves recluta a un grupo de físicos encabezados por Oppenheimer para el proyecto Manhattan, consistente en una serie de laboratorios trabajando en paralelo con el nexo común de unas instalaciones secretas en “Los Álamos”, donde trabajarán a contrarreloj por ganar la carrera de la bomba atómica a los nazis. 

Desde el comienzo, en el que vemos a un joven Robert Oppenheimer presumir de su privilegiada mente entre sus colegas y -sobre todo- algunas mujeres, la historia atrapa, y lo hace porque logra (como ya hiciera en Interstellar) entrelazar el relato humano, los conflictos y tensiones con los que los personajes conviven, con la epopeya de uno de los mayores proyectos científicos del siglo XX, que involucró a algunas de las mentes más brillantes de la época. No solo los citados Oppenheimer y Lawrence aparecen en la película, también Niels Bohr, Edward Teller, Vannevar Bush o Enrico Fermi, e incluso el propio Albert Einstein, si bien solo de manera colateral, en un par de intervenciones clave, que, como Nolan ha confesado, son fruto de su imaginación. Y solo por ver encarnados a estos científicos por excelentes actores, ya es Oppenheimer una película digna de verse. Pero, más allá de eso, Christopher Nolan ha buscado contar no solo la carrera por la bomba atómica, sino un juego de poder en el que no siempre gana el más inteligente.

Cillian Murphy interpreta a Robert Oppenheimer

Un guión que encaja como un mecanismo de relojería

Siendo Nolan, la forma de contarlo no podía ser lineal ni sencilla (recordemos que la película que por la que destacó fue Memento). Nolan elige al menos cinco momentos temporales para narrar la historia de Oppenheimer. En primer lugar, la narración de la carrera por lograr bomba atómica, que es la que se lleva la mayor parte del metraje (en color). Pero también se narran paralelamente escenas posteriories de la vida de Oppenheimer (algunas veces en blanco y negro, pese a ser posteriores cronológicamente).

Durante el larguísimo recorrido para lograr la bomba atómica, el conflicto entre militares y científicos está servido, en los convulsos años en los que los nazis eran los enemigos, pero la inteligencia norteamericana empezaba a percibir a los soviéticos como otra amenaza. Hasta aquí tendríamos ya un conflicto poderoso para impulsar la historia, sin embargo, quizá fue la construcción de la primera bomba atómica uno de los pocos momentos de alineación entre científicos y militares, con la excepción de algunos de los primeros, que quisieron bajarse del barco cuando la vieron innecesaria. 

Sin embargo, Nolan necesitaba algo más para construir el arco dramático, y para eso hacía falta un antagonista. Y este no fue otro que Lewis Strauss, que encarna desde el punto de vista del guionista Nolan una tercera categoría (ya hemos visto a los militares y los científicos, nos quedarían los políticos, para completar el triángulo que dio a luz la bomba).

Y es aquí donde vemos el verdadero drama shakespiriano (en el fondo, todo contador de historias anglosajón ha aprendido de Shakespeare), con intrigas, luchas de poder, movimientos mezquinos y también nobles gestos. Y es ahí donde radica la segunda gran baza de la película (la primera es narrar de manera brillante la carrera por la bomba).  Por lo que Oppenheimer es más lograda que First Man (Damien Chazelle, 2018), es porque Nolan  consigue añadir más ingredientes que el mero logro científico a la historia. Y si bien en la segunda tenemos también un drama humano, no está, desafortunadamente, a la misma altura que los “movimientos de ego” que hay en Oppenheimer.

Florence Pugh interpreta a Jean Tatlock

Lo más logrado del film es, por tanto, un intrincado guión en el que, al contrario que en la fallida Tenet (2020) , Nolan consigue un protagonista interesante, un antagonista a la altura y una identificación del espectador con una buena historia. Los juegos temporales y la dosificación de la información funcionan porque el espectador está involucrado con ella y, si bien se le pide un cierto esfuerzo mental, lo hará de buen grado si con él logra saber el destino final de los personajes. 

Deslumbrante realización y brillantes interpretaciones

Por otra parte, lo que eleva Oppenheimer a la categoría de “gran película” del verano y seguramente del año (por encima  de Barbie, que no olvidemos que sobre todo es una colosal operación de marketing), es  porque Nolan no solo se caracteriza por saber construir bien sus historias -aunque no siempre-, sino que además es un buen director. Lo demuestra con sus brillantes planos para ilustrar los discursos teóricos de los personajes, y lo vuelve a demostrar cuando elige dónde poner la cámara en momentos culminantes de la película como la prueba Trinity. Pero también está a la altura del Oliver Stone de  JFK (1991)  para contar con buen ritmo los enfrentamientos de los personajes en lo que la película tiene de thriller político. Hay verdaderos hallazgos como la escena del testimonio de  Oppenheimer sobre Jean Tatlock, de la cual no contaré nada, pero invito al futuro espectador a fijarse en ella en el trabajo de los actores que la protagonizan.  

Emily Blunt es Catherine Oppenheimer

La elección de la alternancia de blanco y negro y color para narrar distintos momentos temporales  es dudosa (¿qué hubiera costado, señor Nolan, poner unos rótulos para fechar cada escena?).  Pero Nolan no sería él mismo si no lo pusiera difícil, y quizá esa sea a veces la impostura que le pierde, esa especie de esfuerzo por el virtuosismo que se resiste a ponerlo fácil al espectador. Sin embargo, a nivel visual funciona bien, al igual que la elección de puntos de vista subjetivos (normalmente del propio Oppenheimer) en escenas culminantes.

Y la otra pata del trabajo de un realizador es sin duda la dirección de actores.  Y ahí es donde Nolan lo vuelve a bordar. No solo por un casting increíblemente bien engrasado (desde la elección de Cillian Murphy para Oppenheimer, hasta la de Ramy Maleck  para David L. Hill, todos los actores son buenas elecciones para sus personajes). No solo eso, vemos un gran nivel interpretativo en Cillian Murphy, Emiliy Blunt, Robert Downey Junior, Mathew Modine o los menos conocidos Tom Conti (como Einstein) o Benny Sadfie (Edward Teller). Se podría decir que ninguno desentona, y la producción no escatima en medios al elegir a un gran actor como Gary Oldman para un personaje que no desvelaré, y que aparece en una única escena. Aunque el espectador no conectara especialmente con esta historia protagonizada sobre todo por científicos, con ciertos actores es imposible que no se identifique de algún modo con la trama. En Oppenheimer, Nolan lo ha vuelto a hacer, ha dotado de humanidad y cercanía a una historia compleja, extensamente documentada. 

En conclusión, al director inglés le resulta imposible no complicar las cosas, y dar el triple salto mortal en cada una de sus producciones, a veces acaba estrellándose contra el suelo, pero en Oppenheimer su complejididad narrativa y brillantez visual está al servicio de una historia que no dejará indiferente.

Véanla en las salan, si pueden, y juzguen por sí mismos. Si para entonces Vladímir Putin no ha decidido apretar el botón, disfrutarán del un gran espectáculo y de auténtico cine.

© Pedro Alcoba González 2023 (excepto las imágenes que acompañan el texto)


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